viernes, 18 de mayo de 2012

PAUL KRUGMAN: A largo plazo

Hace unos días leí un estudio en The American Economic Review que alegaba que el alto índice de desempleo del país tiene profundas raíces estructurales y no se presta para una solución rápida. El diagnóstico del autor era que la economía estadounidense simplemente no tiene la flexibilidad necesaria para hacerle frente al rápido cambio tecnológico. El estudio criticaba especialmente los programas como el seguro de desempleo, de los que decía que dañan a los trabajadores pues reducen los incentivos para ajustarse.

Hay algo que todavía no he dicho: el estudio en cuestión se publicó en junio de 1939. Apenas unos meses después estalló la Segunda Guerra Mundial y Estados Unidos inició su crecimiento militar, suministrando finalmente estímulos fiscales en una escala equiparable con la profundidad del bache. Y en los dos años siguientes a ese artículo que hablaba de la imposibilidad de crear empleos rápidamente, el empleo no agrícola en Estados Unidos creció el 20 por ciento, lo que sería equivalente a crear 26 millones de empleos en la actualidad.

Así que ahora estamos en otra depresión, no tan mala como la última, pero sí bastante fea. Y una vez más, las cifras autorizadas insisten en que nuestros problemas son “estructurales” y que no pueden arreglarse rápidamente. Debemos concentrarnos en el largo plazo, asegura esa gente, que piensa estar siendo responsable. Pero la realidad de las cosas es que está siendo profundamente irresponsable.

¿Qué significa decir que tenemos un problema estructural de desempleo? La explicación al uso dice que los trabajadores estadounidenses están atascados en los sectores en que no deberían estar o que tienen conocimientos que no les sirven. Un artículo reciente de Raghuram Rajan, de la Universidad de Chicago, asevera que el problema es la necesidad de sacar trabajadores de los sectores “hinchados” de la vivienda, las finanzas y el gobierno.

De hecho, el empleo gubernamental per cápita ha estado más o menos estable desde hace muchos años. Pero eso no importa. Aquí lo importante es que, contrariamente a lo que indican esas historias, la pérdida de empleos ocurrida desde la crisis no ha sido principalmente en las industrias de las que podríamos decir que crecieron demasiado en los años de vacas gordas. En cambio, la economía ha perdido empleos prácticamente en todos los sectores y en todas las ocupaciones, como ocurrió en los años treinta.

Asimismo, si el problema fuera que muchos trabajadores no tienen las habilidades adecuadas o están donde no deben, sería de esperar que aquellos que tuvieran los conocimientos requeridos y que estuvieran en el puesto indicado estarían recibiendo grandes aumentos de sueldo. Pero en realidad hay muy pocos ganadores en la fuerza laboral.

Todo esto apunta claramente a que no estamos sufriendo los dolores de dentición a causa de una transición estructural que, a fin de cuentas, acabaría por pasar. Más bien es por falta general de demanda; una falta que puede y debe remediarse rápidamente con programas gubernamentales diseñados para fomentar el gasto.

¿Qué hay con este impulso obsesivo de declarar “estructurales” a todos nuestros problemas? Los economistas han estado debatiendo esta cuestión desde hace ya varios años y los estructuralistas no se dan por vencidos, por mucha evidencia en contrario que se les presente.

Propongo que la respuesta radica en el hecho de que decir que nuestros problemas son estructurales y profundos constituye una excusa para no hacer algo que alivie el calvario de los desempleados.

Por supuesto, los estructuralistas dicen que no están presentando excusas para no actuar. Aseguran que su verdadero argumento es que debemos concentrarnos no en soluciones rápidas sino en el largo plazo, aunque están muy lejos de explicar claramente qué debe ser una política a largo plazo, aparte del hecho de que implica causarles dolor a los trabajadores y a los pobres.

John Maynard Keynes ya conocía a esta gente hace más de 80 años. “Pero este largo plazo es una guía equívoca para los asuntos de actualidad”, señaló. “A largo plazo todos vamos a estar muertos. Los economistas se imponen una tarea demasiado fácil, demasiado inútil, si en los tiempos tempestuosos lo único que pueden decirnos es que, una vez pasada la tormenta, el mar volverá a estar en calma”.

Sólo quisiera agregar que inventar razones para no hacer nada frente al desempleo no es sólo un cruel desperdicio, sino también una mala política a largo plazo. Pues cada vez hay más evidencias de que los efectos corrosivos del desempleo proyectarán una sombra sobre la economía durante muchos años.

Cada vez que un político o intelectual empiece a hablar de que el déficit es una carga para la próxima generación, recordemos que el mayor problema al que se enfrentan los jóvenes estadounidenses de hoy no es la carga futura de la deuda; una carga, por cierto, que los recortes prematuros en el gasto probablemente empeoraron, no mejoraron. Más bien es la falta de empleo lo que está impidiendo que muchos graduados inicien su vida laboral.

Así que toda esta discusión sobre el desempleo estructural no es para hacerles frente a nuestros verdaderos problemas. Es para evitarlos y tomar la salida fácil e inútil. Y ya es hora de que le pongamos un alto.

Fuente: El Nuevo Herald del 18.05.12

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